domingo, 30 de agosto de 2009

Mis Abuelos Maternos




Mis abuelos maternos, Tata y Yaya, fueron lo más extravagantemente divertido de mi vida.
El abuelo Tata siempre fue muy estructurado y sumamente religioso. Mi mamá, hija única, cuenta que cuando era chica y se iban en el auto los domingos a la iglesia, mi abuelo se pasaba todo el camino rezando en voz alta, todo muy espiritual hasta que se le cruzaba alguno en el camino, entonces él culminaba la oración con aquello que lo convertía en incoherente en sus bendiciones: - ¡pedazo de animal ¿cómo te me vas a cruzar así? -; y una vez expresado su descontento con la interrupción vial, retomaba el Ave María con absoluta normalidad. Para mi abuelo, toda persona que lo sacaba de sus casillas era calificada como “monstruo” o “animal”, adjetivos que muchas veces eran utilizados como sinónimos de Yaya en las discusiones que ambos mantenían en momentos en los que uno podía ver manzanas lanzadas por mi abuela volando por toda la casa en dirección a mi abuelo, y éste atajando dicha fruta con lo primero que tenía a su alcance (que bien podía ser un nieto). Claro que eran guerras inofensivas, porque se amaban más de lo que cualquiera se puede llegar a imaginar, y más de lo que ellos querían admitir.
Era muy especial despertar en casa de mis abuelos, ya que la abuela Yaya se encargaba de levantar a mi abuelo pateándole la cama entonando un amoroso “levantate bestia”; pero no crean que esto era agresión, era su forma de expresar el amor que se tenían (todos tenemos nuestra forma). Y si el día amanecía lloviendo, el abuelo Tata se levantaba de su cama y caminaba hasta la ventana y, alzando sus manos mirando al cielo, gritaba: “¡Mooooooonstruoooos!” refiriéndose al clima o a cualquiera que fuese el culpable de que el día comenzara así. Mi abuela, por el otro lado, solucionaba el asunto del mal clima lanzando un rosario al pasto. Vaya a saber uno qué pacto tenía con la Virgen, porque siempre terminaba saliendo el sol.
El abuelo Tata fue el principal responsable de que en mi familia todos toquemos la guitarra. Ese fue su legado y su mayor satisfacción, tan es así que tocó la guitarra hasta los 90, aunque ya no podía ni sostener una taza de café.
Al ser de una época en la que todo era literalmente distinto, se complicaba ver la televisión de hoy con mi abuelo. En los tiempos en que Argentina se estupidizaba con el programa del salame de Tinelli (admito tristemente que nos parecía divertido verlo) era muy difícil explicarle a mi abuelo que ver a un tarado insultando en cámara era entretenido, y él no podía disimular su desprecio al verte reír con semejante atrocidad y no hacía más que mirarte a los ojos para luego rebajarte y hacerte sentir un completo idiota. Así fue que un día decidimos que lo mejor era empezar a toser desaforadamente apenas empezaban a desatarse los insultos en el programa, y él, al no alcanzar a escuchar la barbaridad de turno, preguntaba intrigadísimo - ¿qué dijo? -. Claro que para la abuela Yaya, quien amaba llevarle la contra en todo a mi abuelo, era el programa más gracioso del mundo y explotaba en carcajadas, por lo tanto también se ganaba un par de rebajadas.
Amante del diario como lo era mi Tata, siempre estaba al tanto de todo lo que ocurría. Pero llegó el día en que se topó con una palabra que le generó todo el interés del mundo para siempre, y a partir de ese momento no paró de preguntar cada vez que nos veíamos: - Pero… ¿qué es Internet? -. Y, mi vida, nunca terminó de comprender por qué todo el mundo hablaba de Internet y de sus increíbles ventajas, por más que nosotros no hacíamos más que intentar explicárselo de la forma más clara que nos saliera, y él al no entender un carajo de lo que le hablábamos, se armaba de bronca y gritaba - Pero… ¿Qué mieeeerrrda es Internet? -.
La abuela Yaya, en cambio, siempre fue muy moderna y vivía intentando demostrar que estaba muy al día, lo cual hacía únicamente para molestar a mi abuelo. Ella revoleaba el diario y sólo leía la revista “Luna” (exclusiva para adolescentes) y se encargaba de comentarnos acerca de todo lo que leía en ella, incluyendo la sección sexología, provocando un Tata horrorizado que se persignaba al oír las barbaridades que ella nos contaba.

¡Era tan divertido tenerlos cerca! Tan diferentes entre sí, resulta casi un enigma saber cómo fue que ocurrió ese matrimonio.
Ahora entenderán un poco más… Teniendo estos dos personajes de abuelos ¿cómo íbamos a salir normales?

martes, 25 de agosto de 2009

Monólogo de la jirafa



Esto es lo que me gusta de enero. Enero es largo, y ése es un punto a favor para los que tenemos la posibilidad de burlar los días de la semana haciendo de cuenta que un jueves es un sábado, y venirse al campo a hacer absolutamente nada.Y esta ya es como mi casa. Ya todo me es familiar, el ruido de la heladera que me asusta a cada rato, el grillo de mi ventana (porque ya es mi ventana) a quien bauticé Renato (no importa si cada noche es un grillo distinto; si canta en mi ventana debe cantar como el buen Renato que es) cuya sinfonía me relaja y me hace pensar en las pobres jirafas del mundo. ¿Por qué pobres? Acá las noches tienen el poder de magnificar la sensibilidad de toda persona que tiene un encuentro cercano con papel y lápiz, y si a eso le sumamos que la persona en cuestión no se puede dormir, tenemos como resultado esta mezcolanza de incertidumbres:


¿Cómo se expresan las jirafas? Son las únicas que no emiten sonidos; encima están ahí arriba y nadie las mira a los ojos para intentar al menos adivinar su estado de ánimo. ¿Y cuando la jirafa llora? ¿Quién alcanza a divisar las diminutas lágrimas de la pobre que, encima de no poder lamentarse como Dios manda, tiene la maldita mala suerte de llorar sola en las alturas? Las jirafas deberían haber sido diseñadas de manera que, al llorar, sus lágrimas salieran del tamaño de un globo; o al menos deberían poder llorar papelitos escritos con las onomatopeyas correspondientes a un llanto de jirafa.


Pero a todo esto ¿por qué llora una jirafa? No se me ocurren motivos con sentido, pero siempre se puede inventar algo por más estúpido que suene, eso es lo bueno de escribir y es también lo malo de leerme. Entonces ¿y si la jirafa llora porque un Renato de su tierra no sabe que ella llora porque llora y él no sabe? No, no vamos a enredar tanto el cuello de la imaginación porque se nos va a ahorcar la protagonista y, para colmo de males, su muerte silenciosa pasaría inadvertida y yo me quedaría sin historia y sin pretextos para seguir escribiendo.Vamos a suponer, entonces, algo más sencillo. La jirafa puede, por ejemplo, llorar de bronca, cansada de ser siempre utilizada como torre de ajedrez por los vientos de la selva que, en sus partidas endemoniadas, se disputan entre ellos los puntos cardinales de la vida… No, tampoco la pavada. Semejante jirafada no se la cree nadie, más allá de que no sea tan amplia la brecha entre un texto mentiroso por el bien de la trama y uno adornado por el bien de la coherencia de quien lo escribe.


Lo cierto es que la jirafa, en definitiva, podría llorar, y con toda razón, al saberse protagonista de un monólogo cuya estructura se reduce a un texto que tiene un contenido igual de interesante al de otro que no diga nada; una historia que bien podría haber sido contada por la mismísima jirafa en cuestión, aún en su más absoluto y perpetuo silencio.


miércoles, 19 de agosto de 2009

Qué difícil es ser yo



Las situaciones embarazosas son algo que realmente vivo a menudo. Los papelones son una constante en mi vida desde que me acuerdo, y cuando era chica realmente lo pasaba muy mal a causa de esta tendencia que tengo a hacer el ridículo en público.
Se me vienen a la mente demasiadas situaciones en las que quise ser abducida por extraterrestres que me llevaran lejos del lugar en el que se estuviera desarrollando el papelón de turno, por eso es que decidí inaugurar la etiqueta “solamente a mí” en la que pretendo compartir con el mundo cada una de estas situaciones.
El papelón que hoy elijo contar tuvo lugar en el verano de 2007/2008. Yo trabajaba en el Shopping y a veces me tocaba el horario de la tarde. Recuerdo que ese día me levanté tarde, almorcé y me senté en la pc a terminar un trabajo. Era viernes, el día que le seguía al jueves en el que en USA daban capítulo estreno de “Lost”. Afortunadamente, en el mundo hay mucha gente solidaria e inteligente que lo primero que hacía los viernes era subir a internet el capítulo estreno de Lost. Así fue que descuidé mis responsabilidades para ponerme a bajar el capítulo para verlo ese mismo día, aquel que haya sido adicto a la serie lo entenderá.
De repente, miré el reloj y vi que eran las 15:47 y yo entraba a las 16:00, entonces opté por apurarme (mi trabajo quedaba al frente de mi casa). Salí apurada pero no, ya que mi apuro suele ser sólo mental dado que detesto caminar rápido. Ahí estaba yo camino a mi trabajo cuando me pasó lo siguiente: primero debo aclarar que soy una persona flaca, vengo de una familia de flacos eternos y en mi horizonte no se asoma ni por broma la posibilidad de engordar. Es por ello que mis jeans deben estar sujetados por un cinto, ya que de lo contrario exhibo cosas que prefiero reservarme para la intimidad. Recuerdo que hacía un par de días me había comprado un cinto que se coloca por encima del pantalón, sin necesidad de pasarlo por los ojales. En resumen, el cinto es de una practicidad absoluta. Ese día lo usé, pero cometí el error de usarlo con un pantalón al que se le había salido el botón, así que lo único que separaba mis partes del resto del mundo era mi cinto nuevo.
Ya llegando a mi trabajo, atravieso la playa de estacionamiento abstraída por completo en la música que iba escuchando y, de repente, no sé cómo sucedió, tuve una sensación de ligereza que me llevó a mirar hacia abajo, y allí vi mi cinto en el suelo y mis pantalones más bajos que de costumbre, estaba muy cerca de quedar en b*las, y en una playa de estacionamiento (disculpen por lo de b*olas, soy mujer, no tengo, pero así es como lo cuento) El problema fue que no tenía manos para subirme el pantalón ni para levantar mi cinto ya que cargaba mi libro y mi cuaderno, por lo que el show de desesperación que ofrecí debe haber sido hilarante. La situación era cada vez peor y me faltaba muy poco para empezar a querer morir ahí mismo. Sin embargo, comencé a reír, pero a reír con muchas ganas por el pedazo de papelón que estaba protagonizando frente a vaya saber uno cuántas personas ¿qué más podía hacer sino reírme? Claro que además de exhibicionista me debo haber ganado además el rótulo de loca, porque fue tal el ataque de risa que me agarró que no podía volver a ponerme el cinto.
Cuando logré recuperar fuerzas, observé por un instante el panorama: mi libro, mi cuaderno, mi cartera y mi dignidad estaban en el suelo. Pude levantar los tres primeros elementos y llegar vestida a mi laburo, pero el último definitivamente sigue en aquella maldita playa de estacionamiento.


lunes, 17 de agosto de 2009

Uma - Fiel muestra de que toda mascota se parece a su dueño.



Los Zarazaga hemos tenido siempre mascotas, sobre todo perros.
Ya dicho todo lo que dije sobre lo que opina la gente de nosotros, no tiene por qué resultarles extraño que siempre hayamos tenido mascotas desquiciadas que hicieran juego con nuestra forma de ser.
Nuestro primer perro tenía complejo de pez y no toleraba no tener contacto con el agua en todo momento; luego vinieron los dos dálmatas, y Tiara, la perra, sufría embarazos psicológicos después de haber dado a luz a sus nueve cachorros; por otra parte, Ra, el perro responsable de todo este asunto, no asumía ni por broma la paternidad (ni siquiera la de los cachorros reales). Nuestra perra nos robaba los peluches, celulares, controles remoto y hasta los despertadores, confundiendo todos estos elementos con un cachorro suyo, y si el despertador o el celular sonaban... el cuadro te mataba de tristeza.
Tuve peces suicidas que decidieron saltar de la pecera al vacío, peces homicidas, peces que fingían estar muertos y peces con complejo de perro. Lo más curioso de todo este asunto es que no me gusta tener peces, pero la gente continúa regalándomelos.
¿Mencioné que tuvimos una tortuga de tierra que decidió ser de agua y optar por vivir en la pileta, hasta que un día desapareció por el tapón?
En fin, lo de los conejos no voy a contarlo porque su muerte fue mi culpa y todavía me destruye recordarlo. Pero no quería dejar de contar que tuvimos conejos, y no eran normales.
Actualmente tenemos dos perras, Mora (pastor belga) y Uma (ovejero alemán). Esta última tiene complejo de ave, y los primeros años practicó deportes extremos saltando continuamente desde el techo hacia la nada (aunque muchas veces apuntaba hacia la nada del vecino). Este personaje actúa de modo tal que muchas veces nos genera preguntas al tipo “Ah, ¿y eso es normal?”
Antes de llegar a la conclusión de que Uma tiene alma de deportista, nosotros creíamos que sus saltos eran claros intentos de suicidio,
lo cual nos parecía hasta entendible, ya que a la pobre le tocó ser mascota de mi familia y al principio debe haber pensado que no podía manejar semejante destino. Un día, al poco tiempo de tenerla y siendo ella todavía cachorra, se lanzó desde el techo de casa al vacío. La primera vez que lo hizo nos quedamos anonadados, era imposible que una perra cachorra cayera desde tan alto y no se hiciera absolutamente nada; estábamos muy contentos convencidos de que era un milagro. (Por su parte, Uma debe haber pensado “¡Pero carajo! ¿En qué fallé? ¿Por qué sigo acá con estos locos?”). Pasó un tiempo desde el incidente, cuando de repente lo intentó de nuevo, pero esta vez desde otro ángulo. Falló otra vez, y nosotros decidimos pensar que teníamos un gato en lugar de una perra. El siguiente intento que hizo fue el de mudarse, ya que no sólo se tiró del techo sino que además fue a parar a la casa del vecino del lado de casa. Fue sumamente incómodo explicarles a mis vecinos por qué nuestra perra estaba en su jardín. No obstante, nos la devolvieron con gusto y nos miraron con cara de “sí, sí… todo bien, locos”.
Al cabo de un par de días, Uma desistió de la idea del suicidio desde el techo, cuando vió la oportunidad de su vida: mi mamá la ató a la reja de afuera (no recuerdo bien por qué hizo eso mi madre, pero intuyo que era algún tipo de castigo), la dejamos sola mientras nosotros quedamos adentro almorzando, cuando de repente mi mamá escucha que Uma se quejaba, entonces salió y la vió que estaba patas arriba, nuevamente en la casa de los vecinos (definitivamente sentía aprecio por ellos) ahorcándose y perdiendo sangre por su boca. Esto fue realmente feo y desesperante, mi mamá gritaba y Uma estaba casi inconciente. En fin, minutos después, luego del operativo “frustremos otro suicidio”, la teníamos sana y salva en casa de nuevo. Desde ese día, Uma entendió que cada vez que intente deshacerse de nosotros, ahí vamos a estar para arruinarle los planes, y comprendió que no le queda otra que lidiar con esto de convivir con nosotros, y puso todo su esfuerzo en acostumbrarse, tanto que ahora es una loca más en la casa.
“Pasen y vean, pasen y vean” tendría que decir un tipo en la puerta de casa, como auspiciando un circo.






domingo, 16 de agosto de 2009

La Aldea

Quiero compartir con ustedes la historia que hay detrás de esas dos palabras de arriba.
Todo comenzó a mediados del año 2003, pero primero déjenme ambientarlos.
Hasta ese entonces, mi familia y yo vivíamos en una casa que con el tiempo pasó a llamarse “La casa del pueblo”, y pasamos 8 años viviendo una aventura allí: al poco tiempo de mudarnos, la casa se convirtió en el clásico “hogar dulce hogar”, es decir, a medida que pasaban los meses la vivienda comenzaba a ponerse cada vez más quisquillosa y todo se rompía. Por ejemplo: la puerta del patio de un día para el otro dejó de cerrar; nos inquietó un poco eso de dormir con una puerta que no cerraba pero pensamos “bueno, acá no pasa nada, total el portón de afuera tiene llave y candado”. Al decir esto directamente invocamos al mal y la cerradura del portón de afuera también se rompió, por lo tanto, lo que nos protegía de cualquier tipo de siniestro era un simple e insignificante candado. Por otra parte, de las ventanas de toda la casa, ninguna tenía rejas. Las que daban a la calle eran la del living y la del dormitorio de mis hermanos, esta última se convertía en puerta si uno llegaba ebrio y no localizaba las llaves que, desde el día en que nos mudamos, las dejamos en una macetita del garaje (sí, la mismísima llave del insignificante candado estaba en una macetita de porquería a disposición de medio mundo, pegadita al portón que no cerraba) Claro que si el estado de ebriedad era alto, obviábamos la travesía de buscar las llaves en la maceta y directamente levantábamos la persiana del dormitorio de mis hermanos y entrábamos como si nada. Por suerte nunca nadie, bueno… nadie ajeno a nuestra familia y/o amigos y /o conocidos de amigos intentó copiar nuestra inconciente forma de ingresar a casa. Claro que lo de las llaves en la maceta ya no era un secreto para nadie; guardo en mi memoria una noche en la que a las 5 de la mañana yo estaba con unas amigas en la cocina y vi entrar a mi casa a un amigo de mi hermano Matías; pero lo loco fue que este amigo estaba solo y… había entrado solo y… venía a estar solo! Había salido con mi hermano esa noche pero él se volvió antes y buscó las llaves en la macetita y entró. Se darán ahora una idea de por qué mi casa fue bautizada como “La Casa Del Pueblo”. Estamos convencidos de que nunca nos robaron en esa casa porque resultaba imposible saber cuántas personas vivían en ella, ya que el tráfico de gente no cesaba en ningún momento del día, y nadie, absolutamente nadie tocaba el timbre.
Además de las cerraduras, comenzaron a romperse otras cosas fundamentales en el hogar de toda persona, como por ejemplo el calefón, las cañerías, en los últimos meses la membrana del techo dejó de cumplir su rol y a veces se goteaba el living; y para darles una idea, si alguien quería cocinar algo al horno, la puerta de éste debía ser trabada con un tenedor ya que de otro modo quedaba abierta y aquello complicaba la cocción de los alimentos.
Igual, no quiero dejar de mencionar acá que, más allá de que en esa casa no funcionaba nada, lo que sí funcionó y de verdad fue la familia, gracias al sentido del humor que nos inculcaron mis papás desde chiquitos; hoy y siempre recordamos esos años como los más divertidos de nuestras vidas.
Luego de 8 años de observar que todo se rompía, un día estábamos todos en el living y, para sorpresa y no tan sorpresa nuestra, empezaron a nevar pedacitos de techo sobre nuestras cabezas. Concluimos que había llegado el momento de mudarse.
Vuelvo entonces al mes de Abril del año 2003 que fue cuando empezamos a buscar dónde mudarnos. Y apareció una casa situada a 3 cuadras del cartelito que dice “Bienvenidos a Saldán”. Al principio era toda una euforia familiar porque la casa era muy linda, la pileta estaba genial, y contábamos con una vista privilegiada a las montañas. Al unísono decidimos que ese iba a ser nuestro nuevo hogar. Primer error.
La mudanza finalizó en mayo del mismo año. Los primeros días todo era alegría… a menudo se escuchaba “qué divino este barrio ¡es tan tranquilo!” o “ay mirá los pajaritos como acá se los oye mejor” o “ayyyy qué lindo no escuchar autos todo el tiempo”… “qué amoroso esto de que te despierten los gallitos, son tan tiernos”…etc. A los pocos días de habernos instalado, solicitamos a Telecom la línea telefónica, y aprovechamos para pedir también el servicio de Internet, ya que mis hermanos lo utilizaban para trabajar. La primera decepción que nos llevamos en la casa, fue que era imposible tener teléfono porque el servicio no llegaba aún a la zona y, por ende, ni hablar de adquirir Internet. Esto resultó ser un problema bastante molesto, más que nada para mis hermanos, quienes tenían que trasladar su trabajo hasta el ciber más cercano, que por supuesto en el barrio nada quedaba a mano… y menos aquello que denotara tecnología (de ahí que a la casa le decimos “La Aldea”). Resultaba también fastidioso no poder comunicarse con la gente amiga por culpa de la incompetencia de Telecom, por lo que era muy complicado organizar de antemano cualquier tipo de reunión con amigos, más aún teniendo en cuenta que todos ellos vivían en la civilización, y aquello quedaba demasiado lejos de nuestra granja. Sin embargo, una luz de esperanza, totalmente artificial, se encendió como promesa de sobrevivir a ello gracias a un invento de una compañía telefónica, cuyo resultado final resultó ser una burla más. La maravilla consistía en un teléfono celular, pero éste, en absoluta teoría, funcionaba como fijo. Nada más lejos de la realidad. El teléfono, según el detalle en la factura que llegaba fielmente cada mes, era más celular que otra cosa, lo cual nos llevó a la segunda decepción de la estadía en esta casa que nos alejaba más y más del progreso.
La tercera decepción tiene que ver con que en junio se avecinaba el invierno, y la casa tenía un increíble hogar a leña en el living, por lo que la idea del frío tenía su parte linda ya que íbamos a poder disfrutar del calorcito del hogar. Segundo error. Llegó el maldito helado invierno y el bendito hogarcito a leña tenía un pequeño desperfecto: el humo en lugar de salir por la chimenea, salía por la boca del hogar, por lo tanto la casa se llenaba de humo y, ocurrente ironía la del hogar, teníamos que empezar a abrir todas las ventanas para que entrara aire puro de manera que pudiéramos respirar tranquilos; aire helado, pero puro al fin. Tercos como somos los Zarazaga, intentamos encender el hogar muchas veces más con la ingenuidad de creer poder hacer que el humo del carajo saliera por la chimenea como suele pasar con el resto de los hogares a leña del mundo, pero no, obvio que no. Les resumo: en el año y medio que vivimos ahí, no pudimos disfrutar ni una sola vez del maldito calor del pintoresco hogarcito del living. El frío cada vez era peor, “veíamos gente muerta por toda la casa” al estilo sexto sentido. Rendidos ante la inutilidad del hogar, pero decididos a hacerle frente al frío de La Aldea, finalmente adquirimos una salamandra, la que después pasaría a ser (si se me permite) la puta salamandra, ya que se apagaba constantemente. Resumo: nos cagamos de frío todo el invierno. Desde ahí las cosas empezaron a cambiar, los comentarios ya eran otros: “¡¡¡esta aldea del carajo me tiene podrido!!!” o “¡¡¡¡cállense ya pájaros de porquería!!!!” o “¡¡¡ por favor que pase un auto en vez de un caballo!!!”, “¡¡¡voy a asesinar a ese gallo madrugador del orto!!!” etc. La granja nos había secado el cerebro, era demasiada paz, demasiadas vacas y burros y gente pasando a caballo. Era simplemente demasiado, sin teléfono, sin Internet, ningún ciber a menos de dos pueblos, no había forma...y así fue que vivimos en esa casa un año y medio. Marche otra mudanza, la número 12 en nuestras vidas.
En fin, cuando dejamos la casa fuimos felices otra vez. En el nuevo barrio la cantidad de pájaros era normal, los autos circulaban por las calles, no había gallos en la cuadra… la serie de viviendas complicadas había llegado a su fin, y así pudimos volver a la “normalidad”, dentro de lo que el apellido lo permite.

sábado, 15 de agosto de 2009

Soy Zarazaga - Parte 4 (Final)

Y es que claro, en teoría, y según lo que “ellos dicen”, ninguno de nosotros está bien. Igual creo que ni falta hace aclarar que somos totalmente inofensivos. Marce ya no trabaja de azafata, así que esa locura cumplió su ciclo; la locura de Mamá Popita es una locura muy sana y hasta ingenua, lo único que se debe evitar es pedirle que recomiende una película, ya que, supongamos que mi mamá un día vio “La joya de la familia” y le encantó, cuando vos le preguntes qué película vio, ella te va a responder “ah, no sabés, me alquilé esa de la piedra preciosa familiar! No, pará… esa del anillo familiero! Mmm no, tampoco, pará, dame un minuto…” y ahí es cuando se escucha que alguien grita el verdadero nombre de la película. Es increíble el don y la imaginación que tiene mi mamá para confundir este tipo de cosas, ¡ni hablar cuando llegas al video club y le pedís al hombre del mostrador una película que no existe!
La locura de Papá Gustavo es de naturaleza torpe. Aquél que pase tan sólo una hora con él, tendrá acceso a la cantidad de torpezas que suele protagonizar; recuerden: tan sólo 60 minutos bastan para que lo comprueben ustedes mismos. El escenario puede ser tanto al aire libre como en un lugar cerrado. Puede llegar a ocurrir mientras se sirve un vaso de gaseosa/taza de café y vuelca la mitad del líquido fuera del mismo, que bien puede ser arriba de un mantel inmaculadamente blanco; también puede llegar a tratarse de un traslado de bidón con lavandina, cuyo destino final suele ser el pantalón que él tenga puesto en el momento del traslado (que por lo general, está recién lavado/comprado); puede ser una simple bajada de persiana, lo cual hace con una vehemencia tan sobrenatural que muchas veces lo llevó a quedarse con los metros y metros de correa en las manos y una persiana menos en la casa. En fin, una hora con Papá Gustavo puede llegar a sorprenderles… y mucho.
Y bueno, sí, puede ser que a los ojos de los demás parezcamos unos locos de atar… y el asunto es que es muy probable que lo seamos, y de ser así, lo seríamos con orgullo.

viernes, 14 de agosto de 2009

Soy Zarazaga - Parte 3

Salimos de la infancia para meternos ahora en terreno semi-adulto. Mi hermana Marce fue azafata durante mucho tiempo. Por el año 1999/2000 ya hacía bastante que ella trabajaba en eso, y digamos que Marce tenía unos pequeños inconvenientes laborales en ese entonces que trastornaban a la familia por completo. Ella tenía lo que se denominaban “guardias”; esto significaba que mi hermana no podía moverse de casa durante 24 horas por si acaso la llamaban de la empresa porque tenía un vuelo… hasta ahí todo normal. Pero ya transcurrido un buen tiempo en el que se sucedían este tipo de llamados, el momento en el que el resto de la familia quería desaparecer de la casa era cuando sonaba el teléfono: mediante este aparato, la empresa en la que trabajaba mi hermana le informaba, en plena guardia, que había un vuelo para ella. Al principio bastaba con atender el llamado, escuchar que preguntaban por ella, derivarle dicho llamado y finalizar el tema. Concretaban horario en el que la pasaban a buscar, ella se preparaba y todo muy bien… Pero el asunto se puso un poco más turbio cuando Marce, con el tiempo, comenzó a expresar en forma confusa sus deseos de atender o no esta fastidiosa llamada, en realidad lo que nunca nos quedaba claro era si, en el momento en el que la llamaban, ella “estaba” o “no estaba”. El desastre comenzaba con el primer ring del teléfono el día de guardia de mi hermana… Mi papá, mi mamá, Manu, Mati y yo nos mirábamos ansiando una señal: ¿había que decir que Marce estaba o que no estaba? Por supuesto que cada uno decía algo diferente y era imposible tener la certeza de qué se tenía que decir, todo esto mientras sonaba el teléfono. Acto seguido el miembro de la familia con más coraje en ese momento, se levantaba y decía el tembloroso “¿hola?”, y con el corazón en la boca escuchaba del otro lado que preguntaban si Marcela estaba… TATITA! El momento del fin estaba cada vez más cerca, había que decir sí o no, y era crucial… porque diciendo “si, ya te paso” la tenías a Marce al frente tuyo con la vena de su frente hinchada a punto de explotar en tu cara, y ese era el momento en el que por dentro decías “cierto, esta vez había que decir que no estaba”, entonces le pasabas con parkinson el teléfono a ella y salías corriendo diciendo “bueno yo me voy” mientras encarabas silbando para la puerta de calle, ya que había que desaparecer antes de que colgara. Por otro lado, si decías “no, no está”, ya no era sólo Marce enojada, directamente te enfrentabas a una gran vena y apenas se podía ver a mi hermana detrás de semejante cosa. Esta situación, que solía pasar muy seguido, ya se nos había ido de las manos, ya que siempre nos equivocábamos con respecto a qué contestar. Tanto se nos complicaba, que un día atendió el bendito llamado mi mamá, y le agarró tal ataque de no saber qué contestar (la tenía a Marce/Vena en frente) que terminó por colgar el teléfono sin decir nada y meterlo dentro de la alacena de la cocina; una forma bastante ingeniosa de decirle a Marce “este llamado nunca existió”. A otro que le dio un ataque fue a Manu, que mientras sonaba el teléfono en plena guardia de Marce, y en medio del dilema “¿qué hay que decir?”, en vez de levantar el tubo del teléfono, abrió la heladera y pronunció, con su cabeza dentro, un gran ¿¿¿HOOOOLA???
Afortunadamente, esta faceta no duró tanto tiempo, Marce se relajó y ya no nos daba un ataque de pánico cuando sonaba el teléfono. Poco a poco, todo volvió a la normalidad, y hasta el día de hoy, cuando nos acordamos de estas cuestiones, nos reímos muchísimo. Incluso Marce, que siempre se defiende diciendo “y bueno... no estaba bien”.

jueves, 13 de agosto de 2009

Soy Zarazaga - Parte 2

Y ya que estamos recordando infancia, tengo unos recuerdos bizarros de cuando éramos todos chicos. De lunes a viernes teníamos que ir al colegio los cuatro, y mis papás a trabajar. Recuerdo que nos despertaban y comenzaba la aventura: Mati, mi hermano que en ese entonces tenía apenas 7 años, quería vestirse solo, y hacía un gran esfuerzo para levantarse de buen humor. Todas las noches antes de dormir mi mamá le pedía: “Matute, vas a ser buenito mañana y te vas a levantar de buen humor?” a lo que mi hermano contestaba eufórico “Sí mami te prometo que sí”, y las promesas de Mati duraban lo que un pedo en un canasto diría mi abuela Yaya. Él hacía un esfuerzo muy grande, despertarse tan temprano ya lo ponía chinchudo pero recordaba la promesa de la noche anterior y le ponía muchísima onda. El problema comenzaba cuando, a las 6 de la mañana, el nudo de la corbata de Matute no quedaba armado como él esperaba, entonces expresaba su descontento diciendo “ya empezamos con los problemas putos”, lo intentaba nuevamente y, luego de varios intentos frustrados, se podía ver pasar la corbata volando a toda velocidad mientras él directamente se rendía diciendo - ¡Ya soy católico! ¿Qué más quieren de mí? -. Y con esta frase se sentía con plena libertad de tener todo el malhumor matutino que quisiera, total él ya era católico.
Otra que no tenía mañanas muy felices era Marce, mi hermana mayor, quien sufría muchísimo cada vez que mi mamá la peinaba para ir al colegio (el pelo de Marce era indomable) y debo confesar que cuando me levanto temprano en la actualidad aún creo escuchar sus gritos.
Por otra parte, Manu (mi otro hermano mayor) y yo nos despertábamos felices de la vida y no causábamos problemas a nadie.
Una vez que estábamos los seis en la mesa larga que teníamos en el living comedor para desayunar, el mecanismo para ahorrar tiempo era el siguiente: mi papá agarraba un criollito, lo separaba en dos, le ponía manteca y se lo pasaba a mi mamá que era la encargada de ponerle el dulce y tirarlo como quien lanza un auto a fricción por la mesa en dirección a nosotros cuatro; lo más interesante era la pelea que se desataba entre mis hermanos y yo por ver quién agarraba más rápido y quién comía más (creo que nunca gané). En fin, las mañanas eran muy chistosas, en realidad, mi vida con esta familia es de lo más chistosa.

Soy Zarazaga

Si hay algo que puedo conseguir con tan sólo pestañar, es un grupo de personas que afirmen que los Zarazaga estamos completamente locos. No sé muy bien por qué esta gente tiene una imagen así sobre nuestra naturaleza, pero algo me dice que tan equivocados no están.
Mis padres no son de este mundo, sino de otro mucho mejor. Son los seres que más admiro en la tierra y una gran prueba para mí de que el amor no sólo existe sino que también es eterno.
Mis hermanos también son oriundos del mundo de mis padres, y somos todos tan diferentes los unos de los otros, que la fórmula parece extraída de un guión de película. Lo genial de estar locos es que atraemos a los otros locos que caminan a la deriva por el mundo, y mi familia pasó de tener seis integrantes a una cifra desconocida, ya que cada amigo que traíamos a mi casa mis hermanos y yo, quería ser adoptado por mis padres. Así es que, aún hoy, en toda foto familiar se puede ver el rostro de algún que otro hijo putativo. Somos una familia grande.
Y sí, puede ser que estemos re locos al haber tenido (mis hermanos y yo) una infancia en la que lo más genial de los fines de semana era hacer "la colchoneada" Pf! ¡Era buenísimo! Llegaba el sábado a la noche y los seis comenzábamos el traslado de colchones hacia el living, bien ubicados frente al televisor desde el cual veíamos la gran selección de películas alquiladas ese mismo sábado a la tarde. Por lo general, se trataba de una peli para cada uno, es decir, una que quisiera ver yo (que siempre eran las mismas dos, yo era muy fácil: “La bella durmiente” y “Fiebre de Amor” con Luis Miguel… sí, mi criterio no era el mejor a la hora de alquilar películas a los 3 o 4 años de edad); otra que quisiera ver Manu, otra para Marce, otra para Mati y, naturalmente, una para mis papás. (La película que más grabada nos quedó de una colchoneada fue “La Historia Sin Fin”).
Generalmente veíamos primero la que era "para toda la familia" y yo después de verla seguramente me quedaba dormida, supongo que sabía que ya les había secado el cerebro a todos con mis dos películas favoritas y… ahora que lo pienso, casi no tengo recuerdos de haber visto muchas veces esas dos en una colchoneada... En fin, comprábamos “cosas ricas” y listo. El programón del fin de semana de mis papás era este y, por supuesto, el nuestro también. Tan es así que esto se convirtió en una tradición que mis hermanos y yo nos vamos a encargar de mantener con nuestros propios hijos.

Queda oficialmente inaugurado el rincón de mi blog en donde voy a contar un poco cómo es esto de ser Zarazaga, recordando esta vida hermosa que tengo sin esperar a tener 90 años, cuando quizás ya me falle la memoria para hacerlo. Acá irán a parar las anécdotas familiares que mejor recuerde, por más que estén escritas en todos lados no quería dejar de escribirlas acá.
Soy Zarazaga, nada más.



lunes, 3 de agosto de 2009

Nota Mental Nº 1

Tomar alcohol y escribir son actividades que, de hacerlas juntas, pueden llegar a abrir puertas que por alguna sabia razón se mantenían cerradas.

domingo, 2 de agosto de 2009

Al que exista

Yo te veo siendo perfectamente imperfecto, ideal para un cuento de secretos en el que vos llevás tu lunar y yo los míos. Y con la música tus besos que hacen juego con mis deseos. Detengo el instante en el que sos de verdad y me invento un cuento en el que no me querés. Qué insegura me hace la inseguridad.
No quiero mentirte, pero no te necesito.
Escribo en el balcón y te miro desde lejos sin saber que existís. No sé muy bien qué hora es, pero según mis lagañas es tiempo de sacarme el pijama. Qué cosa asquerosa para decir. Pobres lagañas, se las relaciona con lo asqueroso. Si tan sólo pudiera lavarme los dientes mirándome a los ojos en ese espejo que nunca miente y al que jamás pude mentir. Sana relación. (¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que un lunar deje de ser nuevo y pase a ser viejo?
Salimos a comprar bananas para los calambres y los dos leímos al mismo tiempo: “Que las mentiras parezcan mentiras”. Nos miramos y decidimos no faltarle el respeto a los fantasmas.
Tu mirada es contagiosa.
Soñar de día es casi tan raro como estar sin vos.
¿Vale la pena cerrar el paréntesis?
Estamos de acuerdo vos, la vida y yo.
Que digan lo que quieran, pero hasta ahora nadie le ganó al amor.
Y te veo estallando en carcajadas.

Te invento una y otra vez, y todas las veces sos real.