jueves, 12 de abril de 2012

Cuando lloran los techos

Deprimido de tanto escuchar a las paredes haciendo eco de aquel triste final, viendo reflejada en las ventanas la última mirada helada de su amor agonizante, el techo comienza a llorar junto con el día. Y ella, que fue de noche desde el momento en que él cerró la puerta, aún no consigue llover. Y se mojan la alfombra y la risa del destino mal educado, que visita sin llamar antes y no da tiempo de limpiar angustias pasadas por agua sucia de ayer.
Su techo se deprimió, ebrio de dolor ajeno, no cesa de llorar agua que no le pertenece. Ya quisiera ella agrietarse de esa forma y llorar aunque sea en blanco y negro, y no en ese silencio azul. Por eso su techo le presta la lluvia que le prestan, porque sabe que esa voz polvorienta está por toda la casa trabando puertas y ventanas, para que su grito no se confunda con el viento helado de las penas de los vecinos que poco saben de techos solidarios.
Estas lágrimas que no son suyas, destiñen esas líneas rojas y amarillas que algunas noches simulan un cuerpo, las cuales deberían desaparecer en un fondo de escaleras, así ella sube y se mimetiza con su techo nostálgico y hace el intento de olvidarlo desde arriba. O desde donde sea, pero no desde este lugar nefasto en donde él todavía desata tormentas.
Es cuando lloran los techos que ella se da cuenta de que son las 3 de la mañana, y que éste es su horario preferido para extrañar, si es que acaso los techos tienen horarios… Los tengan o no, son siempre puntuales, porque llueven cada vez que el aire se le seca de dolor.