jueves, 13 de agosto de 2009

Soy Zarazaga - Parte 2

Y ya que estamos recordando infancia, tengo unos recuerdos bizarros de cuando éramos todos chicos. De lunes a viernes teníamos que ir al colegio los cuatro, y mis papás a trabajar. Recuerdo que nos despertaban y comenzaba la aventura: Mati, mi hermano que en ese entonces tenía apenas 7 años, quería vestirse solo, y hacía un gran esfuerzo para levantarse de buen humor. Todas las noches antes de dormir mi mamá le pedía: “Matute, vas a ser buenito mañana y te vas a levantar de buen humor?” a lo que mi hermano contestaba eufórico “Sí mami te prometo que sí”, y las promesas de Mati duraban lo que un pedo en un canasto diría mi abuela Yaya. Él hacía un esfuerzo muy grande, despertarse tan temprano ya lo ponía chinchudo pero recordaba la promesa de la noche anterior y le ponía muchísima onda. El problema comenzaba cuando, a las 6 de la mañana, el nudo de la corbata de Matute no quedaba armado como él esperaba, entonces expresaba su descontento diciendo “ya empezamos con los problemas putos”, lo intentaba nuevamente y, luego de varios intentos frustrados, se podía ver pasar la corbata volando a toda velocidad mientras él directamente se rendía diciendo - ¡Ya soy católico! ¿Qué más quieren de mí? -. Y con esta frase se sentía con plena libertad de tener todo el malhumor matutino que quisiera, total él ya era católico.
Otra que no tenía mañanas muy felices era Marce, mi hermana mayor, quien sufría muchísimo cada vez que mi mamá la peinaba para ir al colegio (el pelo de Marce era indomable) y debo confesar que cuando me levanto temprano en la actualidad aún creo escuchar sus gritos.
Por otra parte, Manu (mi otro hermano mayor) y yo nos despertábamos felices de la vida y no causábamos problemas a nadie.
Una vez que estábamos los seis en la mesa larga que teníamos en el living comedor para desayunar, el mecanismo para ahorrar tiempo era el siguiente: mi papá agarraba un criollito, lo separaba en dos, le ponía manteca y se lo pasaba a mi mamá que era la encargada de ponerle el dulce y tirarlo como quien lanza un auto a fricción por la mesa en dirección a nosotros cuatro; lo más interesante era la pelea que se desataba entre mis hermanos y yo por ver quién agarraba más rápido y quién comía más (creo que nunca gané). En fin, las mañanas eran muy chistosas, en realidad, mi vida con esta familia es de lo más chistosa.

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