viernes, 14 de agosto de 2009

Soy Zarazaga - Parte 3

Salimos de la infancia para meternos ahora en terreno semi-adulto. Mi hermana Marce fue azafata durante mucho tiempo. Por el año 1999/2000 ya hacía bastante que ella trabajaba en eso, y digamos que Marce tenía unos pequeños inconvenientes laborales en ese entonces que trastornaban a la familia por completo. Ella tenía lo que se denominaban “guardias”; esto significaba que mi hermana no podía moverse de casa durante 24 horas por si acaso la llamaban de la empresa porque tenía un vuelo… hasta ahí todo normal. Pero ya transcurrido un buen tiempo en el que se sucedían este tipo de llamados, el momento en el que el resto de la familia quería desaparecer de la casa era cuando sonaba el teléfono: mediante este aparato, la empresa en la que trabajaba mi hermana le informaba, en plena guardia, que había un vuelo para ella. Al principio bastaba con atender el llamado, escuchar que preguntaban por ella, derivarle dicho llamado y finalizar el tema. Concretaban horario en el que la pasaban a buscar, ella se preparaba y todo muy bien… Pero el asunto se puso un poco más turbio cuando Marce, con el tiempo, comenzó a expresar en forma confusa sus deseos de atender o no esta fastidiosa llamada, en realidad lo que nunca nos quedaba claro era si, en el momento en el que la llamaban, ella “estaba” o “no estaba”. El desastre comenzaba con el primer ring del teléfono el día de guardia de mi hermana… Mi papá, mi mamá, Manu, Mati y yo nos mirábamos ansiando una señal: ¿había que decir que Marce estaba o que no estaba? Por supuesto que cada uno decía algo diferente y era imposible tener la certeza de qué se tenía que decir, todo esto mientras sonaba el teléfono. Acto seguido el miembro de la familia con más coraje en ese momento, se levantaba y decía el tembloroso “¿hola?”, y con el corazón en la boca escuchaba del otro lado que preguntaban si Marcela estaba… TATITA! El momento del fin estaba cada vez más cerca, había que decir sí o no, y era crucial… porque diciendo “si, ya te paso” la tenías a Marce al frente tuyo con la vena de su frente hinchada a punto de explotar en tu cara, y ese era el momento en el que por dentro decías “cierto, esta vez había que decir que no estaba”, entonces le pasabas con parkinson el teléfono a ella y salías corriendo diciendo “bueno yo me voy” mientras encarabas silbando para la puerta de calle, ya que había que desaparecer antes de que colgara. Por otro lado, si decías “no, no está”, ya no era sólo Marce enojada, directamente te enfrentabas a una gran vena y apenas se podía ver a mi hermana detrás de semejante cosa. Esta situación, que solía pasar muy seguido, ya se nos había ido de las manos, ya que siempre nos equivocábamos con respecto a qué contestar. Tanto se nos complicaba, que un día atendió el bendito llamado mi mamá, y le agarró tal ataque de no saber qué contestar (la tenía a Marce/Vena en frente) que terminó por colgar el teléfono sin decir nada y meterlo dentro de la alacena de la cocina; una forma bastante ingeniosa de decirle a Marce “este llamado nunca existió”. A otro que le dio un ataque fue a Manu, que mientras sonaba el teléfono en plena guardia de Marce, y en medio del dilema “¿qué hay que decir?”, en vez de levantar el tubo del teléfono, abrió la heladera y pronunció, con su cabeza dentro, un gran ¿¿¿HOOOOLA???
Afortunadamente, esta faceta no duró tanto tiempo, Marce se relajó y ya no nos daba un ataque de pánico cuando sonaba el teléfono. Poco a poco, todo volvió a la normalidad, y hasta el día de hoy, cuando nos acordamos de estas cuestiones, nos reímos muchísimo. Incluso Marce, que siempre se defiende diciendo “y bueno... no estaba bien”.

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