lunes, 7 de septiembre de 2009

Terapias de Novela



Cada vez que se desataba una pelea en este extraño matrimonio ella decidía hospedarse en un hospital. Armaba su bolso y como quien se va a la playa anunciaba: - ¡Me voy al Allende! -. Y allá iba, con un buen currículum de enfermedades psicológicas a las cuales el personal médico ya reaccionaba con humor. - ¿Cómo le va Popy? ¿Peleas con Isidro? - le cuestionaban las enfermeras al verla ingresar al edificio. - ¿Peleas? ¡Peleas un carajo! ¡Aquél Mesías va a arder en el infierno! - Aclaraba ella. Y entre risas, los médicos le preguntaban qué le dolía esta vez. - Todo Dr., tengo en la garganta como una especie de paraguas abierto cuyas extremidades me están raspando todo -. Les llevó años a los médicos lograr descifrar las descripciones que utilizaba mi abuela para referirse a un simple malestar físico. La más peculiar que quedó para siempre en la memoria de los pasillos del hospital fue esa vez en que llegó con dolor de pecho, que en lugar de decirlo con esas palabras quiso ser un poco más gráfica y dijo:
- Dr., no lo quiero alarmar, pero tengo en el pecho un grupo de canguros saltando constantemente encima de todas las piedras -. - Qué piedras, Popy? - . - Las piedras Dr., ¡tengo enormes piedras en el pecho y los canguros las mueven cuando saltan! -. Así fue que luego de interpretar semejante delirio como un dolor de pecho, los doctores comenzaron a hablar con ella en su mismo idioma, lo cual visto desde afuera causaba más miedo que gracia.

Lamentablemente, hubo veces en que los dolores de la abuela Yaya no eran producto de su eterna hipocondría sino cuestiones serias; sin embargo no tengo recuerdos tristes de aquellos episodios sino más bien cómicas anécdotas. Todas ellas comienzan con un: “Cuando la Yaya estaba en terapia”. Lejos de estar realmente grave, mi abuela tenía increíbles historias policiales que contarnos cuando la visitábamos en el hospital. Deliraba a causa de los sedantes, los cuales parecían ser excelentes disparadores de una imaginación adormecida. A mi hermano Mati lo asesinaban, por lo menos, cinco veces por terapia y en todos los casos enfermeras y médicos estaban involucrados, así como también eran los responsables de “querer inflarla con un suero como un globo hasta hacerla explotar”. La más presente en mi memoria ocurrió una vez en que ya la habían pasado a una habitación. Mati se presentó con un amigo para que la Yaya vea con sus propios ojos que ambos estaban vivos y no descuartizados como ella creía. La encontraron “hablando” con la Mamama (su madre, mi bisabuela, quien murió en 1989) y “acomodando” vaya a saber uno qué y en dónde porque sólo agitaba sus manos en el aire diciendo con toda la concentración del mundo: “esto va acá, esto se tira, esto lo guardo en este”. Aterrados, los chicos le preguntaron qué era lo que estaba haciendo, y ella los interrumpió con la mano y dijo: - ya voy, papá, ya voy -. En ese momento su compañera de cuarto dijo que lo que pasaba era que estaba bajo sedantes, y a mi abuela no le debe haber gustado nada el comentario ya que acto seguido revoleó una revista que fue a parar a la cara de esta señora. Aturdido, mi hermano pidió disculpas, y quiso ver qué tan perdida estaba la Yaya y le preguntó si se acordaba del número de teléfono de su casa, ella respondió que no y quiso saber cuál era. Mati le contestó que el número era 823739. Lo que él no sabía era que ella tomaría el número como respuesta a todo lo que se le preguntara de ahí en adelante. - Yaya ¿tenés hambre? -, - 823739 - respondía ella. Estuvimos a punto de jugarlo a la quiniela.

Con el abuelo Tata tuvimos un solo episodio de Terapias de Novela, pero alcanzó para quedar registrado en la memoria del Allende. Salió de terapia y en la habitación ya estaba bajo los benditos sedantes, pero no se sabe por qué le hicieron el efecto contrario. Era un Tata de 90 años con la fuerza de un Tata a los 20. Mi mamá ingresó al cuarto y lo vio en la cama descontrolado, lo único que quería hacer era sacarse el pijama y comer desnudo. Mamá Popita le abrochaba los botones de la camisa y él se los iba desprendiendo mientras confundía el pelo de ella con tallarines. Vinieron los enfermeros a calmarlo, pero el Tata tenía una fuerza descomunal y un estado de exaltación demente. Tanto renegó el pobre viejo con estos señores de bata blanca, que cuando uno de ellos le gritó enfurecido que si no se calmaba volvería a la sala de terapia, mi abuelo detuvo su ataque para mirarlo indignado y decirle con toda la bronca del mundo: - vos sos el okote -. Los médicos se echaron a reír y mi abuelo aprovechó el entretiempo para sacarse el pijama.
Cuando le contamos la atrocidad que le había dicho al enfermero, el Tata casi se nos va de este mundo. No sólo por el asunto de la religión en la que un insulto era pecado, sino también porque él los detestaba más que a nada, nosotros debíamos cuidarnos de insultar constantemente al frente suyo porque le indignaba que “la gente bien” dijera malas palabras. Claro que la regla era para todo ser viviente menos para él, sin embargo la palabra okote no estaba en su repertorio de hombre con derecho a insultar, por lo cual se sintió sumamente avergonzado por aquel incidente.
Se los extraña.
Me pregunto hacia dónde corre ahora mi abuela Yaya cada vez que se desata una pelea con el hombre al que ni siquiera dejó solo cuando murió.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Ni vayas

Escenario: Reconocido Shopping de la Ciudad de Córdoba.
Situación: Mamá Popita decide pesarse en la farmacia del lugar. Papá Gustavo y yo la esperamos mientras abonamos en las cajas del súper del Shopping antes mencionado.
Mamá Popita regresa furiosa de la farmacia. Papá Gustavo se interesa por saber cómo le fue preguntándole “¿y?”, a lo que Mamá Popita responde con señas que no parecen indicar resultados satisfactorios ni mucho menos algo positivo. Inmediatamente Papá Gustavo expresa sus deseos de ir a pesarse, automáticamente Mamá Popita le recomienda eufórica, pero muy en serio, “NI VAYAS”.

Imposible no amarla tanto!