domingo, 16 de agosto de 2009

La Aldea

Quiero compartir con ustedes la historia que hay detrás de esas dos palabras de arriba.
Todo comenzó a mediados del año 2003, pero primero déjenme ambientarlos.
Hasta ese entonces, mi familia y yo vivíamos en una casa que con el tiempo pasó a llamarse “La casa del pueblo”, y pasamos 8 años viviendo una aventura allí: al poco tiempo de mudarnos, la casa se convirtió en el clásico “hogar dulce hogar”, es decir, a medida que pasaban los meses la vivienda comenzaba a ponerse cada vez más quisquillosa y todo se rompía. Por ejemplo: la puerta del patio de un día para el otro dejó de cerrar; nos inquietó un poco eso de dormir con una puerta que no cerraba pero pensamos “bueno, acá no pasa nada, total el portón de afuera tiene llave y candado”. Al decir esto directamente invocamos al mal y la cerradura del portón de afuera también se rompió, por lo tanto, lo que nos protegía de cualquier tipo de siniestro era un simple e insignificante candado. Por otra parte, de las ventanas de toda la casa, ninguna tenía rejas. Las que daban a la calle eran la del living y la del dormitorio de mis hermanos, esta última se convertía en puerta si uno llegaba ebrio y no localizaba las llaves que, desde el día en que nos mudamos, las dejamos en una macetita del garaje (sí, la mismísima llave del insignificante candado estaba en una macetita de porquería a disposición de medio mundo, pegadita al portón que no cerraba) Claro que si el estado de ebriedad era alto, obviábamos la travesía de buscar las llaves en la maceta y directamente levantábamos la persiana del dormitorio de mis hermanos y entrábamos como si nada. Por suerte nunca nadie, bueno… nadie ajeno a nuestra familia y/o amigos y /o conocidos de amigos intentó copiar nuestra inconciente forma de ingresar a casa. Claro que lo de las llaves en la maceta ya no era un secreto para nadie; guardo en mi memoria una noche en la que a las 5 de la mañana yo estaba con unas amigas en la cocina y vi entrar a mi casa a un amigo de mi hermano Matías; pero lo loco fue que este amigo estaba solo y… había entrado solo y… venía a estar solo! Había salido con mi hermano esa noche pero él se volvió antes y buscó las llaves en la macetita y entró. Se darán ahora una idea de por qué mi casa fue bautizada como “La Casa Del Pueblo”. Estamos convencidos de que nunca nos robaron en esa casa porque resultaba imposible saber cuántas personas vivían en ella, ya que el tráfico de gente no cesaba en ningún momento del día, y nadie, absolutamente nadie tocaba el timbre.
Además de las cerraduras, comenzaron a romperse otras cosas fundamentales en el hogar de toda persona, como por ejemplo el calefón, las cañerías, en los últimos meses la membrana del techo dejó de cumplir su rol y a veces se goteaba el living; y para darles una idea, si alguien quería cocinar algo al horno, la puerta de éste debía ser trabada con un tenedor ya que de otro modo quedaba abierta y aquello complicaba la cocción de los alimentos.
Igual, no quiero dejar de mencionar acá que, más allá de que en esa casa no funcionaba nada, lo que sí funcionó y de verdad fue la familia, gracias al sentido del humor que nos inculcaron mis papás desde chiquitos; hoy y siempre recordamos esos años como los más divertidos de nuestras vidas.
Luego de 8 años de observar que todo se rompía, un día estábamos todos en el living y, para sorpresa y no tan sorpresa nuestra, empezaron a nevar pedacitos de techo sobre nuestras cabezas. Concluimos que había llegado el momento de mudarse.
Vuelvo entonces al mes de Abril del año 2003 que fue cuando empezamos a buscar dónde mudarnos. Y apareció una casa situada a 3 cuadras del cartelito que dice “Bienvenidos a Saldán”. Al principio era toda una euforia familiar porque la casa era muy linda, la pileta estaba genial, y contábamos con una vista privilegiada a las montañas. Al unísono decidimos que ese iba a ser nuestro nuevo hogar. Primer error.
La mudanza finalizó en mayo del mismo año. Los primeros días todo era alegría… a menudo se escuchaba “qué divino este barrio ¡es tan tranquilo!” o “ay mirá los pajaritos como acá se los oye mejor” o “ayyyy qué lindo no escuchar autos todo el tiempo”… “qué amoroso esto de que te despierten los gallitos, son tan tiernos”…etc. A los pocos días de habernos instalado, solicitamos a Telecom la línea telefónica, y aprovechamos para pedir también el servicio de Internet, ya que mis hermanos lo utilizaban para trabajar. La primera decepción que nos llevamos en la casa, fue que era imposible tener teléfono porque el servicio no llegaba aún a la zona y, por ende, ni hablar de adquirir Internet. Esto resultó ser un problema bastante molesto, más que nada para mis hermanos, quienes tenían que trasladar su trabajo hasta el ciber más cercano, que por supuesto en el barrio nada quedaba a mano… y menos aquello que denotara tecnología (de ahí que a la casa le decimos “La Aldea”). Resultaba también fastidioso no poder comunicarse con la gente amiga por culpa de la incompetencia de Telecom, por lo que era muy complicado organizar de antemano cualquier tipo de reunión con amigos, más aún teniendo en cuenta que todos ellos vivían en la civilización, y aquello quedaba demasiado lejos de nuestra granja. Sin embargo, una luz de esperanza, totalmente artificial, se encendió como promesa de sobrevivir a ello gracias a un invento de una compañía telefónica, cuyo resultado final resultó ser una burla más. La maravilla consistía en un teléfono celular, pero éste, en absoluta teoría, funcionaba como fijo. Nada más lejos de la realidad. El teléfono, según el detalle en la factura que llegaba fielmente cada mes, era más celular que otra cosa, lo cual nos llevó a la segunda decepción de la estadía en esta casa que nos alejaba más y más del progreso.
La tercera decepción tiene que ver con que en junio se avecinaba el invierno, y la casa tenía un increíble hogar a leña en el living, por lo que la idea del frío tenía su parte linda ya que íbamos a poder disfrutar del calorcito del hogar. Segundo error. Llegó el maldito helado invierno y el bendito hogarcito a leña tenía un pequeño desperfecto: el humo en lugar de salir por la chimenea, salía por la boca del hogar, por lo tanto la casa se llenaba de humo y, ocurrente ironía la del hogar, teníamos que empezar a abrir todas las ventanas para que entrara aire puro de manera que pudiéramos respirar tranquilos; aire helado, pero puro al fin. Tercos como somos los Zarazaga, intentamos encender el hogar muchas veces más con la ingenuidad de creer poder hacer que el humo del carajo saliera por la chimenea como suele pasar con el resto de los hogares a leña del mundo, pero no, obvio que no. Les resumo: en el año y medio que vivimos ahí, no pudimos disfrutar ni una sola vez del maldito calor del pintoresco hogarcito del living. El frío cada vez era peor, “veíamos gente muerta por toda la casa” al estilo sexto sentido. Rendidos ante la inutilidad del hogar, pero decididos a hacerle frente al frío de La Aldea, finalmente adquirimos una salamandra, la que después pasaría a ser (si se me permite) la puta salamandra, ya que se apagaba constantemente. Resumo: nos cagamos de frío todo el invierno. Desde ahí las cosas empezaron a cambiar, los comentarios ya eran otros: “¡¡¡esta aldea del carajo me tiene podrido!!!” o “¡¡¡¡cállense ya pájaros de porquería!!!!” o “¡¡¡ por favor que pase un auto en vez de un caballo!!!”, “¡¡¡voy a asesinar a ese gallo madrugador del orto!!!” etc. La granja nos había secado el cerebro, era demasiada paz, demasiadas vacas y burros y gente pasando a caballo. Era simplemente demasiado, sin teléfono, sin Internet, ningún ciber a menos de dos pueblos, no había forma...y así fue que vivimos en esa casa un año y medio. Marche otra mudanza, la número 12 en nuestras vidas.
En fin, cuando dejamos la casa fuimos felices otra vez. En el nuevo barrio la cantidad de pájaros era normal, los autos circulaban por las calles, no había gallos en la cuadra… la serie de viviendas complicadas había llegado a su fin, y así pudimos volver a la “normalidad”, dentro de lo que el apellido lo permite.

5 comentarios:

Tania dijo...

Cotiii me encantó esto!!! Me encanta leerte, lo voy a hacer más seguido. Gracias por compartirlo. Besooo!

Lucas P. Michref dijo...

“veíamos gente muerta por toda la casa” jjajaja
me encantan las referencias cinéfilas, una constante en tus entradas.
Muy entretenido.
Mantenes interesado al lector. al menos a mi :P
Lo que más me gustó es la imagen de una casa que se desarma y cae a pedazos mientras que la familia se une y consolida, entre ellos y con "el pueblo". Genial!

Coti Zarazaga dijo...

Tanita amiga querida, me alegro mucho que te haya gustado! Gracias a vos por leerme!!

Luquin, así es jaja es muy cierto lo que decís sobre las referencias cinéfilas jaja pero no me había dado cuenta hasta ahora que lo mencionás juaz!
Sabés, captaste perfectamente la idea de lo que escribí, justamente es eso lo que quiero transmitir cada vez que relato La Aldea. La casa se va desmoronando mientras la familia todo lo contrario. Así fue y así sigue siendo.
Abrazo gigante a los dos!!! :o)

Hora Ferreyra dijo...

Ja, ya la conocía a la historia, pero fijate, se parece a esto: http://www.youtube.com/watch?v=Z0YiiZwJoEE

Coti Zarazaga dijo...

Jaja! Siiiii, la primera vez que supe de ese diario me sentí super identificada con el pibe!! Jaja! En casa siempre que nos acordamos de La Aldea, siempre hay alguien que la compara con el santafesino en Canadá!