Cuando el día no parecía dispuesto a modificar su cataléptica
personalidad de día sin huella, y sin haber perdido yo la imaginación
para distraerme, tuve una revelación: siendo una auténtica
aristócrata de la cursilería, tengo garantizado, por automático defecto,
el humanísimo derecho de volverme loca.
Y todo quedará entonces como debía ser, y se arregla uno de los tantos desequilibrios que tiene este mundo desarreglado.
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Hace 5 años