miércoles, 17 de febrero de 2010

Mi primer cliente molesto

El que haya sido alguna vez en su vida vendedor o lo sea ahora, sabe del INFIERNO que es toparse con el típico cliente molesto.
Quisiera poder adjuntar a este escrito una foto de algo muy desagradable, para así ilustrar a los que me lean el panorama del cual voy a hablar en los próximos renglones. Pero bueno, me voy a limitar a las palabras.
Sucedió en un prestigioso local de ropa en el cual yo estaba trabajando desde hacía muy poquito tiempo, además estaba a prueba por tres meses, y esa condición me llevaba a pasar momentos muy agradables (léanse las últimas tres palabras con ironía)
Ahí estaba yo siguiendo las órdenes que mi jefe me había dado antes de que semejante personaje ingresara al salón. De repente, se me acerca uno de mis compañeros a contarme que la pesadilla estaba a punto de comenzar: había escuchado que Samuel (vamos a preservar la intimidad de mi ex jefe, por las dudas) al recibir al mismísimo demonio (un cliente fijo del lugar donde yo trabajaba) le dijo que YO lo iba a atender. Sí, yo estaba a prueba pero… semejante castigo me parecía exagerado. Mi compañero me dijo mirándome con cara de “pobre vos” que me vistiera con la mejor sonrisa y que me preparara para el ser más prepotente del mundo…
Y así fue. El tipo cubierto de pulseras y collares de oro al estilo Eminem divisó mi rostro a lo lejos y se refirió a mí como “chiquita” haciéndome señas de que ya estaba perdiendo su tiempo. Caminando a pasos cortos y rápidos (lo cual detesto hacer) fui y me paré a su lado rogando que el circo terminara lo antes posible.
Satán se paró al frente del sector de zapatillas y emprendió el listado de modelos que quería medirse. En total fueron 5 los pares que le llamaron la atención y los quería en el número 9. Me disfracé de correcaminos y bajé las escaleras que me llevaban al depósito a una velocidad que no detectó los escalones, lo cual podría haber sido un peligro… pero seguramente mucho menor del que podría haber resultado mi tardanza en volver.
Una vez en el depósito, comencé con tic tacs de fondo mi búsqueda desesperada por los modelos en 9. Estaban todos en 10, en 9 no quedaba ni uno… obvio, la catástrofe tenía que ser completa. Pensé que subir con los pares en 10 sería mucho mejor que subir sin nada, (esto, claro, sin contar el tiempo que estuve pensando cómo explicarle que lo que él deseaba no iba a obtenerlo). Subí y lo vi mirando su reloj, como contando los minutos que yo estaba tardando. Hermosa sensación. Le expliqué, con una sonrisa que ya tapaba por completo el resto de mi rostro, que no quedaban talles 9. – ¡Ah no! ¡No te puedo creer chiquita! ¿Cómo no van a quedar? - . “¡¿No me escuchaste pedazo de tarado?! ¡No hay más en 9! ¡Vas a tener que vestir tu espantoso pié con otro modelo que si esté en 9!”. Qué ganas de decirle eso y mucho más pero aquello no convenía estando a prueba… así fue que en lugar de eso respondí: - Le pido mil disculpas, de todas formas puede medirse el 10, uno nunca sabe… - Y me di cuenta de lo boluda que puedo llegar a ser cuando me pongo nerviosa ¿uno nunca sabe? ¿Quién se lleva un número que le queda grande? En fin, el tipo se midió el 10 que resultó ser un 8… es que claro, mi suerte tenía el día libre. Pronuncié mi trigésimo quinto perdón haciendo sapito por las escaleras. Lo que sucedió es que, un par de días atrás, el depósito del local se había inundado costó mucho tiempo organizarlo nuevamente, y yo me había olvidado de que las cajas de las zapatillas estaban mal acomodadas y que muchas veces no coincidían el número del calzado que figuraba en la caja con el que estaba dentro de ella. Semejante desorden demandaba mucho tiempo y concentración, y ambas cosas escaseaban en mi situación. Una vez que recordé lo de las cajas, comenzaron a aparecer todos los modelos que buscaba en número 9 y yo me convertí en una persona feliz, con miedo todavía… pero feliz al fin. Al regresar ya comencé a notar los escalones y mi sonrisa era real. Quise contagiar mi alegría a Lucifer, pero resultó otra pérdida de tiempo. Se midió todos los pares, se paró y caminó unos 4 minutos mirándose por todos los espejos del salón, se sentó de nuevo y me dijo: - No. Traeme este en 10 que el 9 es chico - . Muchos adjetivos calificativos cruzaron mi mente en ese instante, pero no había tiempo. Volví con el maldito 10, hizo el mismo teatro de los espejos y se discutía a sí mismo cuál de los dos modelos que más le gustaban se llevaría, entonces me preguntó: - ¿Cuál te gusta a vos? - , al ser las dos horribles atiné a contestar que la beige, a lo que contestó: - ¡No! ¡Ya tengo una beige! - . Era tan estúpido que se disputaba entre dos zapatillas de las cuales una ya tenía. – Entonces la blanca – dije con tono de por Dios a ver si te vas de una vez. - Si, si. Me llevo la blanca - dijo. En ese momento sonaban trompetas de triunfo en mi cabeza. Me dijo que las llevaba puestas y que pusiera en la caja las zapatillas con las que había venido.
Lo acompañé a la caja para que abonara, y la cajera me dijo: - Coti… le sacaste los sensores de seguridad a las zapatillas del señor ¿no? -… Estaba clarísimo que no había hecho tal cosa y tuve que pensar seriamente la manera de decirle al anticristo que por favor se descalzara en caja, para así poder sacarle los malditos censores a sus zapatillas nuevas, de manera que cuando salga del local no suenen las alarmas y los guardias no se lo lleven (lo cual significaría mi despido inmediato). Para mi absoluta sorpresa, el salame pudo reproducir un sonido bastante similar al de la risa y se tomó mi distracción con mucho humor. Se sacó las zapatillas, quité los censores y ya estaba a un paso de culminar la venta más fastidiosa de mi vida de vendedora, cuando de repente lo escuché decir...
- Bueno, muchísimas gracias, te agradezco muchísimo tu amabilidad, sos muy agradable, muy agradable de verdad, muy bien atendido me voy, te regalo mi 2x1 para el cine”… No me resulta muy fácil describir mi cara de desconcierto al descubrir que este personaje contaba con este tipo de frases en su repertorio. ¿Satanás me estaba agradeciendo? ¿Después de lo inútil que me mostré?. Es increíble, nunca me imaginé que se fuera diciéndome gracias, ¡en realidad nunca me imaginé que por fin se fuera! Pero bueno, el ángel de las tinieblas se llevó por suerte las zapatillas más caras. Aunque yo no cobraba comisión por las ventas, esto ayudaba cuando a fin de mes mis jefes revisaban cuánto y qué vendían los empleados.
Final feliz en la jornada laboral más eterna de mi vida, no obstante les deseo a todos que pocas veces sean víctimas de semejante animal…quisiera decir nunca, pero esta especie no se extingue.

3 comentarios:

diego dijo...

jajaja me hiciste reir MUCHO!
No se a qué te dedicas, pero si hablas como escribis, entonces deberias considerar seriamente hacer monologos en bares. Yo me encargo de llenartelos.
En serio, muy pero muy bueno. Y lo mejor de todo es que el cuento sea cierto.

Anónimo dijo...

aja con que llamandome lucifer, animal y quien sabe que mas .... todavia conservo las zapatillas y nunca imagine caer por casualidad a un blog y sentirme quqe hablaban de mi y ensima tan mal

Lucas P. Michref dijo...

Genial Coti!!! me sentí 100% identificado (toda una vida detrás del mostrador pueden convertirte en un ser antisocial jajaja) la verdad que nunca se me hubiera ocurrido escribir acerca de las "Cucarachas"(nombre que en mi negocio usamos para referirnos a esas clientas vomitadas desde el infierno) Pronto les dedicaré un espacio en mi blog :P